26/10/10

Nazismo ecologista

Hoy quiero compartir con ustedes una de esas realidades que, tal vez por ser políticamente incorrecta, ha quedado soslayada en los libros de historia contemporánea.
Soy de los que piensan que tenemos la obligación moral de conocer nuestra Historia, porque conocer nuestro pasado es la mejor forma de adquirir conocimientos desde el pragmatismo para afrontar el presente. Un pragmatismo egoísta, desde luego, porque nos permite aprender de los errores y aciertos que experimentaron carnes ajenas y asumirlos como propios, sin mancharnos las manos ni llevarnos un rasguño. Además sirve, o debería servir, para rendir homenaje a los que se sacrificaron por conseguir esta libertad que ahora disfrutamos, entre otras muchas cosas. Y entre esas muchas otras cosas también, de vez en cuando, la Historia nos ofrece hechos curiosos que, por ser ya inamovibles, dan a uno que pensar.

Hoy quiero compartir con ustedes una de esas realidades que, tal vez por ser políticamente incorrecta, ha quedado soslayada en los libros de historia contemporánea, pero que ha dejado su huella en el tiempo y en la sociedad en la que actualmente vivimos. Si ustedes bucean a los comienzos, al origen de la relación entre gobierno y legislación ecologista en Europa, se darán cuenta de que este nexo floreció esplendorosamente gracias al gran problema del siglo XX en el mundo: el gobierno nazi de Alemania. Efectivamente, el gobierno de Hitler fue pionero al instaurar una completísima ley de protección de los animales en 1933 —Reichs-Tierschutzgesetz—. Además prohibió la vivisección, o lo que es lo mismo, la experimentación con animales en campos como la medicina, una reivindicación que en la actualidad realizan los grupos animalistas que están en contra de la caza o los toros. Hermann Göring aseguró que «aquellos que todavía creen que pueden seguir tratando a los animales como seres inanimados serán enviados a un campo de concentración». El propio Heinrich Himmler realizó esfuerzos ímprobos por prohibir la caza, algo que no consiguió pero que logró restringir de forma drástica con la ley de caza de 1934 —Reichs-Jagdgesetz—. Un año más tarde, en 1935, fue aprobada la ley de protección de la naturaleza —Reichs-Naturschutzgesetz—, cumpliendo así el deseo del partido nazi y de ecologistas tan comprometidos como el propio Adolf Hitler, que además era vegetariano.

Al igual que los grupos animalistas de la actualidad, el gobierno nacionalsocialista rechazaba la perspectiva antropocéntrica y opinaba que los animales no debían ser protegidos para el interés humano, sino por el hecho de ser animales. De esta forma, por ejemplo, se convirtió en el primero en catalogar al lobo como especie protegida, estableció directrices sobre la forma de cocer marisco para que no sufriese e incluyó materias de estudio sobre protección animal en escuelas y universidades. Con estas medidas fácticas se cumplía uno de los principios del nazismo, que no era otro que rendir culto a una naturaleza virginal en la que la mano del hombre quedaba totalmente limitada. Huelga decir que todas estas medidas se realizaban mientras los médicos del III Reich experimentaban de forma macabra con seres humanos, sus tropas llevaban al mundo a una guerra de proporciones bíblicas y asesinaban millones de judíos junto a un buen número de exiliados españoles en sus campos de concentración.

No quiero que nadie me tache de demagogo, por eso no voy a establecer ninguna sinergia entre estos hechos lapidarios y la situación actual. Que cada cual saque sus propias conclusiones. Eso sí, les advierto que si quieren saber más a cerca de este asunto, a menos que sepan alemán o inglés y rebusquen muy bien en alguna recóndita biblioteca, no encontrarán muchas referencias escritas en castellano. Se ve que los maestros de lo políticamente correcto se han saltado este pedacito de la Historia al más puro estilo Joseph Goebbels. ¿Por qué será?

Israel Hernández Tabernero 
Editorial de la revista Jara y Sedal del mes de noviembre