18/6/13

Imaginación entre el maíz

Las fincas recién cultivadas y los frutales añaden a los tradicionales espantapájaros nuevos métodos para disuadir a las bandadas, como bolsas y cintas fluorescentes

Su función es la misma en los campos de arroz de Japón que en los maizales recién sembrados de Lalín o entre los cerezos de A Estrada. Los espantapájaros, casi tan antiguos como la actividad agraria, hasta se han convertido en los protagonistas de una campaña turística que promocionará el Camiño de Inverno y que emula a otra que ya tuvo lugar en la Vía da Plata, allá por 2009. Hasta el artista Toni Lomba se disfrazó este año de uno de ellos.
Primero fue un invierno demasiado largo el que retrasó el primer corte de forraje y la siembra de maíz, patatas o productos de huerta. Las lluvias y las bajas temperaturas también demoraron la floración y el cuajado de los árboles frutales. Ahora, a punto de iniciarse el verano, los enemigos del campo son las bandadas de pájaros que atacan semillas, hortalizas e incluso los plásticos que protegen los rollos de hierba segados hace apenas un mes. Si consiguen horadarlos, el forraje acabará estropeándose durante el invierno debido a la humedad.

La proliferación de cuervos es tal que los agricultores tienen que añadir nuevos métodos a los tradicionales espantapájaros. Ya no es suficiente una cruz de madera vestida con ropas viejas, sino que hay que tunear el muñeco con pelucas, bolsas de plásticos e incluso cedés que reflejen los rayos del sol para disuadir a las aves. Pero estos animales se acostumbran con demasiada rapidez a estos hombres y mujeres de madera, así que no queda otra que echar mano de medidas como mosquetes -los pájaros asocian la presencia del muñeco a la explosión de polvo de un arma y creen que se trata de un cazador-, o cintas fluorescentes que, además, de desprender destellos, emiten sonidos estridentes con las rachas de viento. Desde el Seprona, en más de una ocasión se ha alertado a los dueños de las fincas en las que se colocan estos sistemas, según apunta el secretario comarcal de Unións, Román Santalla. Igual que ocurre con las también tradicionales tarabelas, el servicio apunta que estos métodos impiden que se alimente la fauna salvaje. De eso se trata.

Pero es que al campo no le queda otra, visto el tremendo incremento de cuervos, palomas y estorninos. Sus ataques se suman a los del jabalí, que también comienza a hacer sus incursiones en los maizales recién sembrados. "En Cercio, los vecinos ya están haciendo guardia en las fincas" para evitar que el cerdo salvaje desentierre los granos, explica Santalla. Por el momento, los agricultores de la cabecera comarcal no han iniciado contactos con la Sociedade de Caza de Lalín para pedir batidas a Medio Rural. Es cierto que las de los últimos años redujeron de forma considerable la población de jabalí, pero en refugios de fauna -como el que existe en el Tecor Farelo, en Agolada- no se caza desde hace décadas, con lo que la amenaza de determinada fauna salvaje hacia los cultivos continúa siendo peligrosa. Sea como sea, al agricultor dezano no le falta imaginación para espantar a los que, bien por tierra o bien por aire, también quieren compartir los frutos de su trabajo.